VICENC NAVARRO |
Artículo que se publicará mañana en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 15 de mayo de 2013
Este artículo subraya la
necesidad y urgencia de que se establezca un movimiento popular de
carácter político que, sin transformarse en un nuevo partido político,
presione para un cambio profundo de las instituciones representativas
españolas (incluyendo las autonómicas), para que pueda desarrollarse una
democracia más completa, que permita el necesario mejoramiento del
bienestar de la ciudadanía y evite la regresión democrática y el retraso
social que está ocurriendo en España.
Como he indicado en varias ocasiones,
estamos viendo el final de la Primera Transición de la dictadura a la
democracia, Transición que se realizó con un enorme dominio de las
fuerzas conservadoras (en realidad, ultraconservadoras) que controlaban
los aparatos del Estado y la mayoría de los mayores medios de difusión y
persuasión. Este dominio quedó reflejado en el sistema político que se
estableció durante aquel proceso de Transición, el cual, aún cuando se
define como democrático, se caracteriza por su escasísima sensibilidad y
calidad democrática. Varios indicadores, entre otros muchos, reflejan
tales limitaciones. Uno de ellos es el diseño y composición del Estado y
sus políticas públicas, en las cuales las fuerzas conservadoras (de
varios signos políticos) tienen gran protagonismo. Otro indicador de la
baja calidad democrática es la ley electoral, la cual está profundamente
sesgada en contra de amplios sectores de las izquierdas.
Esta situación ha generado un
sistema representativo que es distante de la opinión popular, siendo
esta última, por lo general, más progresista que las políticas públicas
llevadas a cabo por la clase política gobernante. La distancia entre
gobernantes y gobernados es enorme en España. La democracia en este
sistema llamado representativo se limita a votar cada cuatro años dentro
de un contexto sesgado en el que el voto útil y las leyes electorales
reproducen un bipartidismo que se considera por la población gobernada
como insuficiente y conservador, pues limita las posibilidades de
participación en el proceso de decisión.
Este conservadurismo explica el
enorme retraso social de España (con uno de los gastos públicos
sociales por habitante más bajos de la UE-15) y su inhabilidad de
admitir que el Estado español es un Estado plurinacional. Estos grandes
déficits democráticos se han acentuado con las crisis financieras y
económicas actuales, donde las enormes limitaciones de la democracia
española aparecen con toda intensidad. La crisis de legitimidad del
sistema político hoy existente en España es enorme.
¿Qué puede hacerse?
La mayor causa de esta
crisis de legitimidad es la amplia percepción de que el Estado español
(sea central o autonómico) no está realizando las políticas que la
mayoría de la ciudadanía desea. De ahí el amplio apoyo al eslogan del
15-M de que “no nos representan”. ¿Qué puede hacerse ante esta realidad?
Una medida muy urgente
es romper con el fatalismo que parece haberse adueñado de amplios
sectores de la población de que no hay nada que pueda hacerse para
cambiar tales políticas. El abusivo control de los medios de mayor
difusión del país (controlados por la estructura del poder, y muy en
especial del financiero) hace que el mensaje procedente del
establishment de que “no hay alternativas”, esté calando en la
percepción popular. A esta percepción está contribuyendo el mensaje
extendido en algunos sectores de las izquierdas radicales de que, a no
ser que todo el capitalismo desaparezca y se establezca el socialismo,
no hay nada que hacer. Todo lo demás es, como decía una de estas voces,
“humanizar el capitalismo”. Y puesto que no se ve que el capitalismo
vaya a desaparecer pronto, el mensaje que se transmite es que no hay
nada que, mientras tanto, se pueda hacer.
Lo peor de tal postura, sin embargo, es
que no entiende como el cambio ocurre. Si el proyecto transformador es
ir hacia un proyecto en el que cada persona reciba los recursos según su
necesidad, y que éstos se financien según las habilidades y
posibilidades de cada persona (lo que solía llamarse socialismo),
entonces hay que darse cuenta de que el socialismo se construye y/o
destruye cada día en el seno de las sociedades capitalistas. Cuando se
crea o refuerza un servicio público de salud universal financiado
progresivamente, por ejemplo, se está construyendo el socialismo. Cuando
se privatiza su financiación, se está destruyendo. Pues bien, bajo este
criterio, e independientemente de cómo se defina el proyecto, hay un
enorme potencial de movilización. En realidad, varias encuestas han
mostrado que la mayoría de la población en España está de acuerdo con
tal principio.
De esta observación deriva la gran
importancia de que las fuerzas progresistas utilicen un lenguaje y unos
ejemplos de intervenciones públicas con las cuales las clases populares
puedan identificarse. Y también es importante referirse a casos
concretos dentro y fuera de España de experiencias exitosas (como
múltiples ejemplos de cooperativismo, por ejemplo). Hay que mostrar que,
en contra de lo que se nos dice, sí que hay alternativas en cada caso y
en cada momento. Adoptar posturas totalizantes indicando que los
cambios no son posibles a no ser que haya un cambio total del sistema
(el fin del capitalismo) es paralizante. No es por casualidad que tales
propuestas aparezcan entre intelectuales académicos que tienen sus
necesidades inmediatas cubiertas. Las personas con necesidades exigen,
con razón, que se les resuelva su problema, no en un futuro lejano, sino
ahora. Y las izquierdas tienen que darles una solución ahora, y no sólo
en el futuro.
La necesidad de un movimiento político
Hoy la sociedad civil está enormemente
agitada. Pero las derechas continúan fuertes, y las izquierdas débiles.
¿Por qué? Una de las razones es la excesiva centralidad de la vida
política en la lucha parlamentaria dentro de las instituciones del
Estado donde dominan las fuerzas conservadoras. Se necesita que la
riqueza de acciones reivindicativas se traduzca en un movimiento
político, que no tiene porqué significar un nuevo partido político. En
realidad, ya hay demasiados partidos políticos de izquierda. Las
izquierdas están atomizadas en España. Lo que se necesita es una
movilización de protesta y de promoción de propuestas factibles y reales
para cada uno de los problemas que la ciudadanía presenta. La PAH
(Plataforma de Afectados por la Hipoteca) es un ejemplo de ello. Hay que
cambiar el centro de la actividad política, sin sustituirla. Es
necesario crear la presión para que los partidos realicen lo que la
ciudadanía desea, presión que debe ser continua y no limitarse a la
esfera legislativa. El movimiento 15-M es un buen ejemplo de ello.
Ha
tenido un enorme impacto en cambiar la temática y narrativa política del
país .
Este movimiento
político debería ser la coalición de fuerzas y movimientos sociales,
incluyendo también sindicatos e incluso miembros y simpatizantes de los
partidos políticos (aún cuando éstos, los partidos políticos, no
deberían ni instrumentalizar ni liderar tal movimiento político). Y la
movilización debería crear un programa real, factible (que, por
definición, la estructura de poder definirá como “utópico”, es decir,
irrealizable), siendo responsabilidad de tal movimiento documentar y
mostrar que sí, que es realizable. Por ejemplo, tiene que mostrarse que
es factible, incluso hoy, en la situación actual, crear agencias
públicas de crédito que lo ofrezcan a bajos intereses a las pequeñas y
medianas empresas y a las familias, o que es factible garantizar la
vivienda en un país con cuatro millones de viviendas vacías, y así un
largo etcétera.
Este movimiento
debería ser político, es decir, debería presionar para cambiar el
sistema político (desde los aparatos del Estado hasta los propios
partidos políticos) para hacerlo auténticamente democrático, con unas
leyes electorales proporcionales, con una representatividad mayor y no
única, complementada y en ocasiones sustituida por otras formas de
democracia que incluyan desde referéndums vinculantes a fórums
asamblearios de decisión. Y con cambios de los sistemas de información
públicos y privados, condicionando la utilización de un recurso público
(las ondas radiotelevisivas en el aire) a su diversidad ideológica,
puesto que la escasez de tal diversidad es uno de los mayores problemas
que tiene la democracia española.
Ni que decir tiene que
existirá una enorme resistencia a estos cambios. Pero estos cambios son
posibles. Y la propia experiencia española así lo muestra. El problema
de la Primera Transición es que los partidos de izquierda abandonaron la
movilización popular (en realidad, la desmovilizaron), adaptándose
rápidamente a las instituciones del Estado dominadas por las fuerzas
conservadoras. Pero hay que ser conscientes de que lo que forzó el fin
de la dictadura fueron las movilizaciones populares, lideradas por el
movimiento obrero. Y la estructura de poder favoreció su desmovilización
dando excesivo protagonismo a los partidos, y dentro de ellos a las
élites gobernantes de tales partidos. Esta Segunda Transición no debería
caer en el mismo problema. Los partidos políticos son importantes y
fundamentales en una democracia. Pero su función (muy acentuada en los
partidos auténticamente democráticos y progresistas) es la de transmitir
en el lenguaje legislativo lo que exija el movimiento político avalado
por la participación popular, en lugar de ser instrumentos de poderes
fácticos (tanto religiosos como financieros y económicos) que violan y
corrompen el proceso democrático.
Por ello seria
aconsejable que se establecieran asambleas en las que se denunciaran las
enormes limitaciones de la democracia existente en España y en sus
CCAA, con presentación de alternativas factibles y reales que, sin lugar
a dudas, crearan una enorme resistencia, hostilidad y represión, como
está ocurriendo ya. Pero los jóvenes de todas las edades tienen que ser
conscientes de que son los herederos de las movilizaciones de las
generaciones anteriores que consiguieron establecer y expandir los
derechos políticos, sociales y laborales que ahora nos están
sustrayendo.
Este movimiento
debería ser muy amplio, abarcando un gran abanico de sensibilidades
políticas y sociales, que tuviera como objetivo realizar una segunda
Transición que nos llevara de una democracia tan incompleta y de un
bienestar tan insuficiente como existe hoy en España a una democracia
más desarrollada, que tuviera componentes de representatividad (basada
en la proporcionalidad), así como componentes de democracia directa,
como referéndums vinculantes (incluyendo derechos a decidir a nivel
estatal central, autonómico y local), y formas asamblearias de decisión,
expuestas a un amplio abanico de medios de información abierto a todas
las sensibilidades. Tal democracia facilitaría la resolución de los
enormes problemas sociales y económicos que la mayoría de la población
experimenta, pues tales problemas –por difícil que parezca- son de fácil
solución científica, aunque de imposible resolución dentro de las
estructuras políticas hoy existentes.
Así de claro.
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