CARTEL |
Cómicos
(Artículo dedicado a la compañía de teatro "el alambrillo" de Candón, en su revista anual" Fiesta".
Recordando una de sus funciones: "Romeo y Julieta de Sakespeare)
Eran de la legua.
Cómicos de la legua. A diferencia de las
compañías de reparto, los de la legua eran gentes caminantes.
Tenían a
diferencia de los actores de reparto un
mínimo repertorio. Representaban la misma obra una y otra vez.
Contaban
sus historias sobre los tenderetes y los tablaos de allí por donde pasaban. Gentes con los zapatos empolvados y cabezas
lúcidas.
Hacía años
representaban “Romeo y Julieta” por los pueblos
de España. Rural y pobre.
Postguerra. Rencores y penas.
Comida escasa. Noches al raso en verano. Hacinados en graneros y pensiones si el frío apretaba.
Mal vistos por alcaldes temerosos de un desliz ideológico. Metidos entre las
cejas de los párrocos meapilas. Bien recibidos por los aldeanos hartos
de ser amenazados con los fuegos del infierno.
En este paisaje, triste
y gris, los cómicos montaban su tenderete.
Y en las noches, convertían la
plaza del pueblo en las calles de Verona y las ventanas de sus casas eran las
de Mantua. Y allí las mujeres añoraban la sensualidad de los besos de Romeo.
Ellos preferían el futbol en lugar de las pamplinas del teatro, aunque alguno, viendo
el coraje de Mercucio, soñaba con vengar las afrentas de algún manigero
desalmado.
Pero entre bastidores,
tras las bambalinas, la historia era otra. Año tras años, Samuel el tramoyista,
recorrió los caminos a la sombra de la primera actriz. Al final del día, acostado al raso, desvelado,
se recreaba sabiendo que de todas las estrellas
que lucían en la noche, la más deseada era Julieta. Conocía cada trozo de su
piel. Dibujaba en el aire sus curvas, aquellas que el pudor y la honestidad le permitían.
Alguna noche de acampada, dormitando, pintaba con el fino pincel de su
imaginación algún trazo excesivo. Pues el calor y el bochorno, ambos cómplices
de las noche de estío, destapaban en la madrugada alguna parte prohibida e
inexplorada del cuerpo de Julieta.
Función tras función
Julieta se dejaba besar por un Romeo tosco y desagradable. Mal encarado con la
vida. Ajeno al arte. Sin el respeto que
el cómico debe sentir por las tablas.
Amargado. Soñando con un futuro que anulaba el presente. Un hombre sin ahora.
Para Samuel simplemente un ser deleznable.
El tramoya agarrado a las cuerdas de los telones,
tiritaba. Temblaba mucho antes que la
boca de Julieta se entregara con desgana al beso mortecino de Romeo. Y cada noche, función
tras función, ya en el beso, Samuel se hundía en los infiernos de los celos,
mordido por el dolor del deseo robado.
Quiso el tiempo que la
compañía se disolviera. Buscaron el mejor teatro del más querido de los pueblos
para la despedida. Amigos y otros cómicos, se citaron en la platea para dar una
merecida despedida a quienes tantos kilómetros habían recorrido, rompiendo la
rutina de las gentes a cambio de poco más que nada.
Aquel teatro se había
construido sobre las ruinas de un antiguo castillo medieval. Los camerinos se
encontraban tres niveles por debajo del escenario. Al fondo de un largo y
profundo pasillo Romeo se afanaba en encontrar el disfraz de la última escena.
Sonó para el malhumorado Romeo el timbre de prevenidos.
Samuel encerró a Romeo
en aquel camerino que ahora volvía a ser, tras siglos de desuso, un autentico
calabozo.
El traspunte empujó a
escena al impostor, solo descubierto por los ojos aturdidos de Julieta. Y
empezó a fluir el texto. Por primera vez se recitaron los versos desde los
adentros del corazón. Vibraban sus labios. Cada uno respiraba del aire que el
otro exhalaba. Las palabras de amor se trenzaban con tanta fuerza, que el silencio, delante y
detrás del aforo, paralizaba el tiempo. Y hasta sus manos se encontraron hablando
de amor. Los cuerpos se buscaban. Y los hilos de voz se confundían con la trama
de equívocos y venenos de la tragedia. Y llegado el momento… sus bocas se
fundieron en el único beso que Julieta siempre deseó.
TELÓN
+
GRAVAMEN |
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