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(Foto colectivo económico.org) |
Política y espiritualidad
José Arregui, teólogo
abr.22.2015
Enviado a la página web de Redes Cristianas
Con tantas elecciones a la vista y la atención en las
encuestas y en el reparto del poder, reivindicar la espiritualidad en la
política puede parecer pura ingenuidad o floritura de evasión. Pero lo
haré.
Es un grave error pensar que la espiritualidad atañe a la vida
privada y que la política se encarga de la vida pública. La
espiritualidad –la luz en los ojos, la paz en el corazón, el respiro en
el pecho– de las personas y de las comunidades transforma la vida
pública. La política –la calidad del trabajo y del salario, el sistema
sanitario o educativo, el cuidado de la naturaleza, la vivienda en que
vivimos…– nos configura en lo más íntimo de nuestra vida privada. La
política –la grande y la pequeña, ambas inseparables– es el cuidado del
bien común de la humanidad, empezando por los últimos, y de todos los
seres empezando por los más amenazados. ¿Pero cómo cuidaremos y
salvaremos la vida si la política carece de espiritualidad o de alma?
Digo espiritualidad, no religión. De ningún modo querría sugerir, como
hemos oído tantas veces a recientes papas y obispos cercanos, que los
males actuales de la política se deben a que nuestra sociedad y nuestros
representantes han dejado de creer en “Dios” o abandonado la práctica
de la religión o desertado la doctrina y las normas morales de la
Iglesia católica. El Espíritu no está vinculado a la religión. Lo mismo
puede haber una espiritualidad religiosa que una espiritualidad sin
religión o una espiritualidad contra la religión. Nada, nadie, tiene el
monopolio del Espíritu que habita y alienta, aletea y vibra en el
corazón de todos los seres.
Lo que no puede haber es una política
verdadera sin espiritualidad. Claro que lo mismo vale a la inversa: no
puede haber una verdadera espiritualidad que, de una u otra manera, no
se traduzca en praxis política, con la ambigüedad y riesgos que le son
inherentes. La “espiritualidad pura” no existe. No existe el espíritu
sin carne común de mundo y de acción social estructurada. No puede haber
una espiritualidad apolítica. Sería una ilusión alienante. Así es, pero
aquí insistiré en el otro polo, inseparable e imprescindible: una
política sin espiritualidad carece de alma y lleva a la muerte. Lo
sabemos, mejor, lo padecemos de sobra. Abre los ojos y mira.
Espiritualidad es mirar, sentir, vivir en sintonía con el misterio, el
fondo, el espíritu que todo lo mueve desde la bondad del ser hacia la
bondad de la vida. Ponlo si quieres con mayúscula: Espíritu. Y ponle los
nombres que quieras: aire, aliento, dynamis, energía, prana, Qi,
musubi, mana, pu-am, nyama… Emana de los bosques y de las nubes, de los
átomos y de las estrellas, del fondo de todas las criaturas. Es la
fuerza creadora, inteligente, del bien, de la bondad. Es el silencio que
todo lo revela. Es atención y conciencia. Es gratitud y asombro. Es
piedad y compasión. Es reverencia, respeto, cuidado. Es Lo que Es en
todo. Es Dios. Y tú también eres eso. ¿Y qué sería la política sin esa
mirada y miramiento al misterio de todo? ¿A dónde nos conduciría una
política sin espíritu, desalmada? ¿A dónde nos ha conducido? Todos somos
responsables y algunos, los políticos, lo son mucho más, pues nos
representan y dirigen
Mientras vamos descubriendo cada día con
estupor nuevos fraudes y robos de quienes han dirigido la pequeña y la
gran política, mientras cada día aguantamos las mentiras de los grandes
medios sobre, por ejemplo, Oriente Medio y Venezuela, mientras siguen
ahogándose centenares de inmigrantes africanos y en cada uno de ellos se
nos ahoga el aliento vital común, mientras el gran capital y el FMI –en
cuya presidencia se han sentado proxenetas y defraudadores– se empeñan
en convencernos de que ya estamos saliendo de la crisis con la misma
receta que la provocó –que los pobres sean cada vez más numerosos y más
pobres, para que los ricos sean cada vez menos numerosos pero más
ricos–, mientras todo eso sucede y para que no suceda, es urgente que
los políticos se dejen inspirar por el Alma de Todo. Y es urgente creer
profundamente que sí se puede, porque el Espíritu es nuestro ser
verdadero, que nos hace respirar, esperar, vivir. En El/Ella todos los
seres somos uno.
(Publicado el 19-04-2015 en DEIA y los Diarios del Grupo Noticias)